Las siguientes entrevistas han sido realizada para publicarse en los Boletines de la EMTG. Es una revista que da cabida a la reflexión, expresión o elaboración de aspectos en relación con la Terapia Gestalt por parte de los/as alumnos/as de la escuela, que ya han acabado o acaban de terminar su formación, y del profesorado.
Entrevista editada para el boletín del año 2010. Juan José Albert ha sido un estimado amigo, compañero y colaborador de nuestra escuela. Fundador del IPETG de Alicante junto con Elena Revenga. Psiquiatra, neurólogo y psicoterapeuta integrativo. Lamentamos profundamente su muerte el 31 de agosto de 2017. Siempre presente en nuestra memoria y corazones.
La publicación del libro de Juan Jose Albert “Ternura y agresividad” me siguió despertando la curiosidad que sentí por Juanjo en el taller de bioenergética, así que me propuse hacerle una entrevista. Estas eran las preguntas.
- Quería saber como empezaste en esto de la conciencia
- Cuéntame de tus fuentes, de tus Maestros y maestras
- Con quién empezaste la andadura y quién te acompaña ahora
- En qué consiste tu trabajo, yo recuerdo del taller de bioenergética como nos contaste el origen del carácter: de cómo venimos al mundo con una energía y la vamos desperdiciando por el camino para tapar los asuntos inconclusos… no se muy bien como es eso, lo recuerdo vagamente, lo que me quedó es la idea de que la energía se recupera si se desbloquea el cuerpo. ¿Me lo puedes contar otra vez?
Y de una pregunta surgió el resto….
¿CÓMO EMPEZASTE EN ESTO DE LA CONCIENCIA?.
No entiendo muy bien a qué te refieres con “esto de la conciencia”. Imagino, dado el contexto, que ha tomar consciencia de mí y a tener sentimiento de transcendencia.
Bueno, yo te voy contando la historia y a ver que sale.
Honestamente, no lo sé. No se cómo ni si empezó alguna vez, o si fue un continuo con interrupciones.
Pasé mi infancia en un pueblo muy pequeño y, sobre todo, en una finca agrícola que mi padre heredó. Era como un rancho, sólo que en vez de prados, vacas y caballos había secano para cereales, viñas, almendros, ovejas y mulas para arar. Recuerdo que desde bien pequeño me interesaban mucho las historias “de miedo” que se contaban cuando se reunían los muleros delante del fuego o al fresco de la luna, después de cenar, siempre con contenidos sobrenaturales. Yo procuraba hacer vida de mulero, aunque para ello tenía que embroncarme mucho con mi madre.
Siento que desde que alcanza mi recuerdo he tenido ese sentimiento del “más allá”, una especie de inquietud dentro del cuerpo que ha dirigido mi interés en este sentido; de niño y de adolescente procuré satisfacer esta curiosidad en los ratos libres que me dejaba mi principal ocupación: ser, en palabras de mi madre, “peor que el bicho que le picó al tren”; o sea un hijoputa.
Uno de los muchos castigos que me impuso mi padre (a mi querido padre se le llegó a agotar su imaginación para poner castigos) fue que copiara capítulos del Quijote de una edición soberbia, dedicada a Alfonso XIII y muy bellamente ilustrada; eran dos pedazos de tomos que, no hace mucho, regalé a mi hija Sandra, la filóloga de la familia. A fuerza de copiar llegó a interesarme el contenido y lo leí varias veces; entonces dejó de imponérmelo como castigo, inventaría otro. A partir de aquí, sobre los doce o trece años, comencé a interesarme por libros sobre mitologías, religiones y epopeyas. Durante el bachillerato leí, estudié, todo lo que pude encontrar, comenzando por la Ilíada - lo recuerdo bien -, y suspendiendo casi todo lo que podía suspender.
En tercer curso conseguí que me expulsasen del internado de los PP. Franciscanos de Onteniente (Valencia), por aquel entonces, un cuasi reformatorio. Como consecuencia y para desasnarme mis padres decidieron que estudiase externo en Madrid, en el Ramiro de Maeztu, entonces buque insignia de la ecuación española, falangista y ultracatólico, próximo al Opus Dei. Fue un curso vandálico, que se continuó con el que yo llamo “verano sangriento”. Tuve que repetir cuarto curso y, entonces, la decisión fue internarme en el internado de este Instituto, la Residencia Generalísimo Franco.
El internado lo dirigía una buena persona, D. Pedro Dellmans, y se regía por un sistema de premios en vez de castigos. Entonces tomé la decisión de que merecía la pena ser bueno; y quise ser tan bueno que hasta pretendí creer y ser devoto en las misas diarias. Imposible. Ahí surgió con toda claridad un sentimiento de rebeldía interna, un no poder llegar a aquello que pretendía. Ni religión ni Dios estaban hechos para mi por más que me esforzara; un sentimiento de que me volvían la espalda, que yo no era suficientemente bueno para Él. Angustia. Tomé la decisión plenamente consciente de engañar a todo el mundo para aprovecharme de las ventajas, si no de ser, al menos de aparentarlo. Baloncesto y alcohol los fines de semana, ya que, por ser bueno, me permitían salir a Madrid. Sobresalientes en literatura, religión, latín y filosofía; aprobé el bachillerato pero me endurecí emocionalmente. Desapareció cualquier tipo de motivación interna: engañar, beber y ligar para sobeteo (raramente se podía follar en aquella época y no tenía dinero para putas). Tres años más en Madrid, dos de Preuniversitario y uno de Medicina, con este mismo carrerón acabaron con cualquier vestigio de consciencia.
Me trasladé a Salamanca y poco a poco las cosa volvieron a encauzarse hacía el interior a través de la actividad política y cultural; la música y la poesía, y las “Piedras y Leyendas de Salamanca”, programa de radio que dirigía, fueron centrándome de nuevo hacia mi sentir original. El alcohol y las anfetas se fueron quedando por el camino; aprobé la carrera en seis años, como Dios manda.
Luego, con veintiséis años, vino la mili: Lorca, Batallón de Intervención Inmediata Mallorca número trece, realmente un batallón de castigo donde reunían a los comunistas y otros antipatriotas de la zona. Mejor no hablar de ello; simplemente me psicoticé, me hice novio de la muerte, como en la canción. La muerte siempre me ha suscitado un especial atractivo; lo invencible y misterioso frente al poder real sobre mí en el presente: una locura. Posiblemente de ahí venga mi vocación como médico, no tanto para curar cómo para no dejar que se mueran. Un pulso.
Durante la mili, entre juego de guerra (con fuego real) y juego de guerra, leí a Unamuno, a Kierkegaard y a Nietzsche. Y no me vino mal porque luego ya no tuve tiempo para leer filosofía pura. La verdad es que me volví bastante rarito.
Desde que comencé medicina mi vocación profesional se dirigió hacía la psiquiatría. La atracción hacía la consciencia y el ser, no tanto motivado por la enfermedad, aunque sí fascinación por la locura; prefería entrar en la locura de los pacientes que sacarlos de ella: la antipsiquiatría de Laing, un buen invento encerrado en el trastero de la ortodoxia, pero tan vigente que, sin duda, volverá a salir a la luz cuando se pase este periodo de estupidez organicista.
Fue el estudio de la consciencia lo que me hizo ser un experto en psicopatología y un psiquiatra nada ortodoxo que hablaba de recuperar el alma de los pacientes ya deteriorados. Fue emocionante, divertido y provocador; ¿con que me quedo hoy en día?, pues con las tres cosas: tres motivaciones en una sola dirección; el resultado ha sido bueno.
Al iniciar la especialidad en Vizcaya, comencé mi psicoterapia personal, psicoanalítica claro. Fue el comienzo de echar una mirada hacia dentro y de considerar interesantes mis estados emocionales y, sobre todo, la historia de mi vida; me apasioné con la historia de mi vida. Puedo decir que fue la primera apertura consciente a la consciencia de mi. Poco después conocí a Antonio Asín que me abrió la perspectiva de la bioenergética, la meditación y el Cuarto Camino, y fue el comienzo de interesarme por mis estados espirituales, del desarrollo de mi consciencia, ya madurito, sobre los 29 o 30 años.
Junto con Antonio estuve trabajando durante algunos años; fue un trabajo de pioneros, un adentrarnos por territorios desconocidos, Antonio siempre unos pasos por delante. Para mi fue ir descubriendo territorios incógnitos de mi alma; una aventura no exenta de riesgos serios.
Posteriormente me trasladé a Alicante, y al poco, a través de Antonio, conocí a Claudio Naranjo, desde entonces es mi Maestro. Fue un encuentro especial, mágico, pues en el mismo momento conocí a Claudio, y a Annie, Paco, Ada, Ignacio…y posteriormente a Memo, en fin a todo un grupo de compañeros de camino algunos, y de vida unos pocos, con los que inicié mi andadura espiritual ya de una manera discipular y profunda. He procurado aprender de todos ellos, pues la calidad humana y espiritual de todos los convirtieron para mi en maestros y maestras; y es su amistad, su estar ahí para lo que sea, lo que me acompaña ahora como amigos, compadres y maestros: aprender de la vida junto a quienes se entregan a la vida y hacen el camino, esa es la maestría desde mi punto de vista, tanto en la capacidad de mostrar como en la de tomar de lo que se muestra. En definitiva, transparencia y generosidad en el dar y recibir.
Obviamente he aprendido y me han ayudado muchas otras personas, algunos Maestros, pero no de una manera significativa, no que hayan modificado el rumbo de mi vida, que me hayan abierto a espacios nuevos, aunque hayan sido experiencias interesantes y enriquecedoras. No puedo decir que haya tenido otros Maestros, y en ello no puedo dejar de lado mi rebeldía, mi rebeldía interna, que tanto daño me ha hecho y que tanto me ha costado domesticar sin ahogarla.
Pese a ello, quiero destacar la notable excepción de mi experiencia meditativa sobre la Compasión, durante mi estancia en Karma Ling, que me mostró el rostro más miserable de mi ser, y que tuvo como consecuencia abrirme más a la generosidad y, en lo practico, decidirme a enseñar lo que había aprendido sobre el Eneagrama, después de 20 años de exploración, investigación y silencio.
Esto enlaza con tu última pregunta a cerca de mi trabajo con el carácter. Es lo que más me ha interesado, apasionado, tanto en mi vida personal como profesional. En la enseñanza sobre el Eneagrama, cómo clínico que soy, siempre eché en falta la etiología de cada uno de los veintinueve eneatipos y a esta investigación es a lo que he dedicado mi quehacer profesional y es lo que ha dado lugar a escribir mi libro, Ternura y Agresividad, al que te remito. Si bien tengo que aclarar que, a día de hoy, tengo algo más que decir sobre la etiología de algunos eneatipos, sobre todo de los rígidos; es un libro que no está concluido, pero que alguna vez tenía que cerrar porque ya me estaban tomando el pelo incluso mis hijos con “el dichoso librito” o “no te preocupes, será tu publicación póstuma, nosotros nos encargamos”. Ya veremos.
Básicamente se trata de que, en efecto, desde el misterioso momento de la encarnación disponemos de un quantum de energía amorosa que ni se crea ni se destruye, sino que fluye hacia la vida según las Leyes de la Naturaleza, como amor, bienestar, creación de más vida y, en caso humano, hacía la transcendencia. O bien se estanca y da lugar a la angustia y a los mecanismos de defensa que inmovilizan la estructura del carácter, convirtiéndonos en máquinas programadas sin libertad ni creatividad y con escasa capacidad para el disfrute amoroso.
Por tanto, no existe más que figuradamente, como experiencia sensorial, eso que llamamos “desenergetización”, sino energía libre en función de la expresión y el contacto la cual experimentamos como “energetización”, o energía estásica en función de contención y defensa que experimentamos como “desenergetización”; pero el quantum de energía permanece invariable.
Todo esto, por el mero hecho de no ser seres inmateriales sino humanos sensoriales con un cuerpo material, ocurre en y a través de nuestro cuerpo (con los ángeles puede que sea otra historia, pero a lo mejor es más aburrida). Así, a pesar de que consideremos a los mecanismos de defensa como psicoemocionales y los coloquemos no se dónde (ya me dirás, si no es sobre un sustrato corporal, dónde residen), es en el organismo físico, a nivel muscular o más sutilmente neuroendocrino, donde se libran todas las batallas que se dan durante nuestro desarrollo y maduración, en el curso de la fijación y estructuración del carácter. Y es en él donde la energía queda detenida en forma de bloqueos que mantienen estásica la energía con la que venimos al mundo, única de la que disponemos, al tiempo que los contenidos de los asuntos inconclusos a ella ligados quedan inconscientes.
Cualquier experiencia en vida necesita de una energía más o menos sutil, y tiene una residencia corporal: no se puede plantar una semilla en el aire y, además, ser tan ingenuo como para esperar que de fruto (tras la muerte ya veremos, eso es lo interesante). Liberar la energía de sus bloqueos facilita que los contenidos surjan a la consciencia y que cada persona pueda hacerse cargo de ellos, y con ellos, de su vida.
Cierto que no todo consiste en desbloquear la energía estásica, sino que es necesario “trabajar” los contenidos que vayan apareciendo y hacer un redescubrimiento y reconocimiento de la historia de nuestra vida. No es suficiente saber a cerca de nuestra vida, sino que es necesario transitarla, y transitar el dolor y el amor ocultos (Ah!, el dolor como antesala del amor y el amor como antesala del dolor…), para tener un conocimiento lo más objetivo posible.
Todo ello con el fin de aceptarnos tal y como somos en realidad y de poder relacionarnos objetivamente con nosotros y con la realidad. Esta relación objetiva, necesariamente es amorosa pues esa es la naturaleza de la vida. Sino damos lugar para este proceso de reencuentro con nuestro Ser Esencial, los bloqueos vuelven a instaurarse con mayor o menor profundidad, pero siempre dificultando y distorsionando el flujo energético organísmico hacía el disfrute, la creación y la transcendencia.
A medida que vamos liberando energía estásica, podemos ponerla a disposición de nuestro desarrollo espiritual. Es algo así como volver a habitar nuestro cuerpo; algo que, con más o menos consciencia, ha experimentado todo aquel que haya trabajado corporal y disciplinadamente y con suficiente tiempo: a medida que nuestra energía libre interacciona con la realidad, ésta interacciona con nosotros amorosamente.